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Reconozco que leer una biografía tradicional de las que disponemos de la Beata Inés puede resultar una experiencia difícil de encajar. Tanto para una persona religiosa y de probada virtud como para un corazón frío a todo aquello que tenga que ver con la Fe.

La de la Beata fue una vida prodigiosa, no hay duda, y tras un suceso milagroso se encadena otro, y así sucesivamente. Sin embargo, es posible desnudar a nuestra religiosa de sus vestidos sobrenaturales y ataviarla solamente con prendas propias de una humanidad que nos resulte más mundana. Más de andar por casa. Es posible afirmar, y creo que podemos hacerlo con bastante convencimiento, que aún así tendríamos ante nosotros a una persona verdaderamente admirable y digna de todo elogio.

 Para llegar a este punto podríamos interpretar cada acontecimiento biográfico y observar detenidamente las reacciones y obras de la Beata. Fácilmente nos percataríamos de que se trata de una mujer curtida en la constancia y el tesón. Así se nos presenta firme en demostrar su vocación ante el escepticismo de las religiosas al recibirla en el claustro, aún observando en sus reacciones unas actitudes un tanto infantiles -fáciles de entender, no obstante, en una joven de dieciocho años- como la de arrojarse en el depósito de agua en señal de protesta. Demuestra que es una mujer que sufre y se preocupa cuando alguien ha tenido un detalle con ella. Es el caso de aquella monja de la ciudad de Valencia, quien sabiendo de su pobreza le regala un velo nuevo. La Beata no puede sosegarse hasta que en la oración queda convencida de que el Señor pagará a aquella religiosa su caritativo gesto. Nos sorprendemos al verla vivaracha respondiendo guasona a las provocaciones del franciscano fray Juan Mancebón, quien bromea con ella al pedirle que le acompañe a su convento de Jumilla. Éste le insiste en que no se preocupe del cansancio que él la había de llevar, a lo que ella le dice que se guarde, que buenas alpargaticas tiene para soportar la fatiga del viaje. No menos sentido del humor deja notar cuando entrando en una conversación sobre los muchos rumores que, en aquellos tiempos, corrían sobre los falsos embarazos de la reina de España, ella termina la charla sentenciando con las siguientes palabras -Tan preñada está la reina como yo-. Semejante viveza demuestra su sentido práctico a la hora de repartir consejos llenos de lógica y sentido común. Así al ser preguntada por la diligencia que mostraba en acometer tareas sin descanso respondía a sus hermanas –Hija, lo que puedas ganar para ti, no lo dejes para otra-, o al ser consultada por un jurista, temeroso de perjudicar a alguien en sus sentencias, ella le aconseja:–Senyor, recta intención i no errarà.

Además conviene añadir que todas las páginas de sus biografías relatan casos que, bien leídos, nos hablan de una mujer comprometida con su tiempo, sus vecinos y con la Iglesia. No es por tanto un alma contemplativa alejada del mundo y refugiada en los consuelos espirituales que guarda para sí como un tesoro. No es de este modo porque entonces no tendría su oración ningún sentido. Ella vivió sabedora de todas las preocupaciones de sus prójimos y dispuesta a obrar por el buen fin de su época y de su Iglesia. Así mostró un celo admirable por los sacerdotes. Rogaba por ellos y los aconsejaba sobre la conveniencia de la pureza de sus almas para servir en su ministerio. En esta línea la vemos fomentando cultos y devociones. Recomienda prácticas como el Vía Crucis, insiste en que se celebren Misas por las almas y participa en la fundación de los ejercicios de los viernes en la Iglesia del Salvador de Valencia.

Es una mujer reflexiva que ante un dilema pondera ventajas e inconvenientes. El mejor ejemplo de ello lo tenemos en la única carta suya que conservamos. En ella responde a alguien con vocación sacerdotal diciéndole que si bien el sacerdocio es el estado más perfecto, también es el de mayor exigencia.

Estamos pues ante una mujer que cultiva su alma y su intelecto. Su alma está claro. Que cultive su intelecto nos puede resultar más extraño considerando la imagen tradicional que nos ha llegado de ella. Lo hace en la medida de sus posibilidades. Sabemos que conoce su Orden, el santoral, aprende oraciones y no le es desconocida la iconografía de los santos católicos. Por ejemplo le debía ser muy familiar la tradicional imagen de su patrona Santa Inés de Roma acompañada de un cordero, pues solía decir cariñosamente:

–Yo soc la borregueta de senta Inés.

Tiene sentido común y buen juicio. Acompaña a gentes en el locutorio o dentro del monasterio. A pesar de que la clausura era estricta y severa y las monjas muy celosas de ella, cuando trataba con la gente nunca fue descortés ni la trataba con rarezas. Al contrario, lo hacía con toda naturalidad; de manera afable y cordial. En este punto se deduce que su trato debía ser excelente y sin duda singular, porque quienes la conocieron quedaron admirados o incluso fascinados. Buscaban su apoyo, tanto su compañía como su consejo. Por ejemplo las mismas monjas no querían que muriese y contraviniendo sus mismas normas, en una rareza sin precedente, piden hacerla hermana de coro siendo ella lega. Visto esto con mirada psicológica nos daremos cuenta que muchas veces las personas talentosas nos resultan apáticas o poco queridas. Pero pocas veces las que son amables y consideradas. El hecho de estar envuelta una persona en misterio o acciones milagrosas no la hace querida por los demás, sino su manera de ser y tratar.

Aún podemos ver más. Es de igual manera una mujer digna de admirar e imitar en cuanto que animadora de un hogar o comunidad. Siempre la vemos pronta a trabajar y entregarse toda para solventar cualquier tropiezo o contrariedad. Un caso apropiado es el de la tortilla de huevos podridos bendecida por la Virgen María. La que sirvió para alimentar a un huésped del monasterio. Un hecho que pone a la luz otras materias. La Beata Inés acudía a la intervención sobrenatural siempre y cuando no hubiera otro remedio a mano y siempre, curiosamente, en beneficio del prójimo. No en el propio, ni siquiera en el de familiares y amigos. Tenemos aquí una muestra, y buena, de Fe confiada, fundamental en todo buen cristiano. Una confianza puesta en cada acto cotidiano.

Llegados a este punto volvemos al inicio y nos preguntamos ¿Por qué desvestirla de unas galas sobrenaturales con qué Dios mismo la vistió? No hay razón. Salvo una. Nuestra incomodidad ante el temor de parecer crédulos ante las manifestaciones divinas. Los mismos ministros del culto a veces titubean, esconden y relativizan estas vidas prodigiosas porque no saben como encajarlas. Nos quejamos de que ya no hay milagros ni místicos que los hagan, pero la verdad es que nos horrorizan. Nos veríamos en un verdadero apuro y temeríamos hacer el ridículo si el Señor decidiese intervenir en nuestras vidas con formas poco “naturales”.

Otra pregunta ¿Qué hacemos con el Evangelio? Dios vino al mundo en el seno de una virgen y resucitó al tercer día. Es nuestra Fe. Es nuestra religión. La Fe, el milagro y lo sobrenatural son algo que no podemos abandonar. Si les damos habitación en nuestro corazón y en nuestro entendimiento, lograremos obrar como la Beata. Pues será prueba de que tenemos un corazón sencillo e inocente como el suyo que, a pesar del mundo, no pierde la capacidad de la sorpresa y la fascinación, pudiendo ver en la belleza de una mañana un regalo de Dios.

JAVIER HERRERO LLARIO

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