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Cuando alguien querido fallece solemos asirnos a las cosas que usaba, las que eran habituales en su casa, las que nos recuerdan el cariño que le tenemos y los momentos que compartimos. Muchas veces son objetos que hemos ignorado, o tal vez minusvalorado. Suficiente es que nos falten, que los perdamos, que nos quedemos sin ellos, o que nos falte la persona para quien fueron especiales para que lo que fue cotidiano se torne extraordinario.

Algo así nos ha sucedido a los beniganenses que volvimos a celebrar la fiesta de la Beata en las calles tras la interrupción de la pandemia. Es verdad que no fue un día de la Beata semejante a los de las últimas décadas, tal vez no fuera espectacular, ni de masas, pero a nadie se le escuchó quejarse. A todos nos pareció que tuvo encanto, que había algo particular, emotivo. Todos teníamos ganas de salir a la calle el día de la Beata.

Este año la novena también tuvo limitaciones de aforo. Para paliar este hecho, además de las Redes Sociales de las religiosas, los festeros sufragaron los costes de la retransmisión en directo de la Novena a través de la televisión comarcal. Por ello la Novena no apiñó el templo como era nuestra costumbre.

Sobre unas 150 personas lo llenaban cada día. El predicador fue este año el párroco de San Miguel de Benigànim don Antonio Martínez, que algunos días cedió el honor de la Palabra a dos diáconos permanentes, de manera respectiva.

El jueves 20 de enero se prendió fuego a la hoguera y a las pocas horas el día de la Beata empezó con los cantos de la tradicional Despertà de l’Aurora. Ahora sí, Benigànim volvió a respirar tranquilo pues la aurora del día de la Beata ya estaba, otra vez, sobre nuestras cabezas. El ritmo fue frenético.

Despertà de “tronaors”, Misa de las 7, Misa de las 8, música, pasacalles, los festeros recogiendo a las festeras, olor a pólvora, un intenso frío de enero y una densa niebla que lo cubría todo y parecía no querer disiparse. Avanzada la mañana el sol, al igual que la devoción, pudo más que la niebla y las contrariedades. El repique de las campanas y la música llenaban la atmósfera de la plaza de la Beata de ambiente de fiesta.

A las 11:30h tras la ofrenda de flores que las festeras de la hermandad Inesina realizaron a la imagen de la Beata que presidía el altar de la celebración, dio comienzo la solemne celebración eucarística de pontifical que presidió el obispo auxiliar de Valencia, don Javier Salinas. La celebración, como de costumbre, fue hermosa. El sol radiante sobre la anchurosa plaza que preside la iglesia del convento de monjas, la coral Inesina, las imágenes de la Beata desde los balcones, el canto de los gozos, todo daba la alegre sensación de haber vuelto a casa, de haber realizado un bonito reencuentro. Solamente faltó una cosa, la multitud llenando la plaza y el templo, pues los últimos años no solamente los devotos ocupaban las sillas que se disponían, sino que además los peregrinos llenaban los bancos del interior de la iglesia siguiendo la celebración desde una pantalla. La sexta ola, las restricciones, el temor a los contagios y la incertidumbre de saber si todos los actos podrían celebrarse hizo que se notase la falta de peregrinos y fieles. Este año no hubo autobuses, salvo algún grupo que sí se animó, ni tampoco ríos de cabezas camino del monasterio de la Beata. Con todo hubo algunos grupos de peregrinos llegados de lugares como Catarroja o Canals.

Al final de la Misa, de manera extraordinaria, por primera vez, y puede que última, el sorteo de los festeros para el año próximo se realizó en la plaza, al término de la Misa de Campaña. Así, el acto se realizaba al aire libre y sin aglomeraciones. El obispo auxiliar actuó de mano inocente sacando de las urnas los sobres con los nombres de los agraciados . Todo tuvo un sabor añejo, íntimo, familiar. Recordaba a la fiesta de la Beata que sugieren las fotografías antiguas, las de los años cincuenta y sesenta.

Por la tarde la estampa también fue curiosa. La imagen de la Beata Inés, para evitar aglomeraciones, procesionó sobre un carro vestido de terciopelo rojo, y no a hombros de los portadores según la costumbre. La procesión empezó más tarde, sobre las 17:30, si bien la salida de la cruz de guía se retrasó aún más y la Beata empezó el recorrido sobre las 18:00 horas. Una de las muchas restricciones que la sexta ola de la pandemia impuso aquel día fue la prohibición de pasar pañuelos y otras prendas a la imagen de la religiosa. Son esos detalles que no se recogen oficialmente pero que le dan singularidad a la fiesta. ¡Cómo se echó de notar que al salir la imagen de la Beata a la plaza sus devotos no se agolpasen a venerar su imagen con tantos gestos de cariño!

El recorrido de este año es uno de los más cortos pues no llega al kilómetro y medio. Engloba uno de los sectores más céntricos y es el resultado de la fusión de otros recorridos anteriores. Además transcurre por algunos de los edificios históricos de Benigànim, como por ejemplo, la iglesia neogótica de “l’Ortisa” en la calle Torres, casi al final del recorrido. La incertidumbre por si se realizaría finalmente la procesión no ayudó a animar a algunos vecinos y no fueron muchas las calles engalanadas. Aún así los adornos de algunas estaban muy elaborados y tenían un carácter temático en torno a elementos biográficos de la Beata. La calle Príncipe Felipe fue muy original en el uso del “Redonet” con lámparas simulando la devota estampa y su relicario. Por su parte, la calle Torres, que fue la ganadora, escogió la estampa de la llave rescatada del pozo para el adorno de la vía. El resultado fue espléndido, con multitud de pozos y llaves que ideara y confeccionara su vecino Paco Llorens, fallecido en los primeros días de este año. Este año fue el primero en décadas, probablemente el primero sin precedentes, en el que no hubo ningún “milacre”, es decir, ninguna de las habituales representaciones de la vida de la Beata Inés.

Aunque por causa de las medidas tampoco se permitía la permanencia de público en la plaza para ver la llegada de la imagen bastante gente esperó para ver entrar a la Beata . Lo que no se permitió y se respetó fue la entrada de los fieles al interior del templo. Solamente los festeros y algún despistado, que ya estaba dentro de la iglesia, se adentraron para depositar la imagen de la Beata en su lugar habitual. Resultó también triste no apiñarse la multitud en la iglesia, ni ver como al término de la procesión desaparecían las flores de las andas de la Beata repartidas entre los más afortunados, ni tampoco se le cantó a la Beata. Toda la tarde del domingo veintitrés fue muy entrañable también. La imagen de la Beata, al ritmo del pasodoble “Benigànim es glorioso” recorrió sobre el maremóvil de la Virgen de los Desamparados la totalidad de las calles de Benigànim en un acto sin precedentes y lleno de expectación.

Qué extrañas somos las personas. No sabemos ver los tesoros que poseemos mientras los tenemos entre las manos y los disfrutamos; los derrochamos y nos los valoramos, ni los cuidamos, ni los mimamos. Nos basta perderlos para que cuando nos falten seamos conscientes de lo que teníamos y de lo que dejamos perder. ¡Nos faltaron tantas cosas en este día de la Beata! Nos dimos cuenta realmente de lo que es nuestra fiesta, de lo que la hace grande y singular, de lo que la distingue, de lo que nos hace sentirnos orgullosos de ella.

Qué bonita memoria hemos hecho siempre de la Beata Inés, y con qué belleza y con qué alegría la hemos festejado siempre. Se ha visto como los visitantes de otras localidades son tan necesarios. Sin ellos no parecía lo mismo, los actos estaban fríos, la procesión solo con vecinos de Benigànim fue muy corta, no llenaba ni la mitad de uno de los recorridos más cortos, cuando ha habido años que dos kilómetros no han sido suficientes. Hasta ese día los beniganenses no habíamos sido conscientes de la importancia de los peregrinos y de su número real, solamente hemos sabido minusvalorarlo, y hacerlo de menos, restarle importancia. El recorrido de la procesión estaba deslucido. Muchos metros sin adornar y ni un “milacre”. Una procesión corta, sin adornos y sin “milacres” es una procesión, pero no la de la Beata, no la nuestra. Un día de la Beata sin ríos de devoción, sin pañuelos sobre la imagen, sin que las andas se queden desnudas de flores, sin arrebatos, sin discusiones por las sillas, sin escándalos, sin casi anécdotas, no es lo mismo. No tiene la misma esencia.

El sabor familiar y tradicional, el mayor recuerdo de los que no están y la falta de tantas cosas nos ayudaba a pensar. El día de la Beata es nuestra herencia. Nuestra mejor herencia. Nos la han cedido quienes nos han precedido. Las últimas generaciones de Beniganenses desde hace poco más de 130 años la han hecho, la han moldeado hasta convertirla en lo que conocemos. Las herencias, se cuidan, se engrandecen. Así se honra a quienes nos las cedieron. Y nuestra generación. ¿Cómo está administrando esta herencia? ¿Hacia dónde queremos llevarla? Las mejores herencias no son una cosa material, tangible. Las mejores herencias son cosa del corazón. El día de la Beata, no cabe duda, es nuestra herencia mejor.

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